martes, 17 de marzo de 2009

Una historia de amor más (Parte IX)



***
Se acercaba la navidad, el momento más feliz del año para algunos, pero para mí esas navidades fueron una de las peores de mi vida la verdad ya que todos los problemas comenzaron en ese preciso instante.
Dejamos de vernos repentinamente y sentí una gran tristeza. No sabía que pensar. No contestaba a mis llamadas ni a mis mensajes, cuando podía hablar con él y le decía que quedásemos para vernos él siempre tenía algo que hacer o algún plan para ese día.
Aunque muchas veces pienso que sería mejor no haberle conocido me miento a mi mismo, ya que creo que si le he conocido ha sido por algo, las cosas tienen una razón por la que suceden, un por qué, algo que mostrarnos.
La enseñanza de aquella experiencia sería:
“Nunca pienses que alguien es perfecto porque las personas más perfectas son aquellas que acentúan sus defectos. La persona perfecta no existe ya que en la perfección se encuentra la propia imperfección”.
Quizá sea una tontería lo que he dicho pero bueno, no me hagas mucho caso, a veces no pienso lo que digo.
Justamente en el momento en el que llegué a esa conclusión pensé que aquel sería un día perfecto para estar con él y disfrutar de su compañía. Simplemente de su compañía, sin palabras ni gestos, simplemente eso, acurrucarnos ambos y notar como nuestro calor se funde en uno, sólo mientras sonreímos para nosotros mismos dando gracias de haber encontrado el amor verdadero y a la persona que porta nuestro corazón.
Se me hacía muy duro pensar que aquellas navidades no las estaba disfrutando en su compañía. Hubiera cambiado todos los regalos que hubieran podido hacerme en esas navidades por poder verle ya que lo que podía ofrecerme: unos cálidos besos al suave resplandor de la luna y el primer sentimiento de amor puro correspondido, hacían que todo lo demás fueran nimiedades, simples objetos y sonrisas que se llevaría el tiempo, dejándonos con nada.
Como dije antes, una gran tristeza me embargaba. Mi cuerpo me impulsaba a llorar unas pocas de veces sin embargo yo no se lo permitía. No me gusta llorar, me hace sentirme mal, inferior a los demás.
Casi siempre que estoy mal ese sentimiento puedo hacer que pase desapercibido para los demás pero aquella vez incluso los demás podían verlo. Me sentía realmente estúpida. Yo, que siempre había defendido la dignidad y el no rebajarse nunca ante una persona, me estaba viendo sometida a la voluntad de él.
Conforme se acercaba la noche vieja yo me sentía cada vez peor. Faltaban dos días para el fin de año y aquella incluso algunas lágrimas acariciaron mis mejillas con desesperación y frustración. Ya estaba harta, cansada de ser siempre yo la que tiraba hacía delante en una carretera que parecía no tener fin. Él aún no me había demostrado ni por acierto su amor por mí: me había abandonado durante un mes, mes en el que especialmente le necesitaba, y ahora me trata peor que a un perro.
Por fin pudo hablar con él y aprovecha para decirle que me estaba tratando bastante mal aunque él no se diera cuenta, o no quisiera darse cuenta. Puede que se sintiera mal pero aquello había que aclararlo y si las cosas seguían como habían estado hasta ese momento no creía que se pudiera llegar a tener una relación, la verdad…
Pero por lo menos me prometió que a partir de ese momento se portaría mejor conmigo.
Aquellas habían sido una de las peores navidades que hubiera podido tener la verdad. Tal vez los mejores momentos fueran los familiares, porque conseguí olvidarme de muchas cosas aunque todavía no llego a entender el porque me encontraba así. Me encontraba algo… vacía. Un hueco en mi interior que no sabía como llenar….
Por fin pasó el fin de año, y la fecha clave era el día de Reyes. Que sorpresa tan grande me esperaba para aquél día.
Pasaron los días lentamente y el día anterior a reyes se confirmaron todas y cada una de mis sospechas. Él me había engañado. No solo me había engañado con otra chica sino que me había engañado en todo incluso en su nombre, me había mentido en absolutamente todo, todo, todo…. A decir verdad, en aquel momento, en el momento en el que me lo dijeron, sentí como un gran peso se me quitaba de encima. Por supuesto aquello me dolió horriblemente, me entraron ganas de llorar pero no pude, no me salieron las lágrimas. Tal vez porque ya me había dado cuenta de que él no las merecía.
Aquella noche cuando me acosté en mi cama di gracias de que al día siguiente fuera el día de Reyes ya que el materialismo siempre ayuda a superar esos malos tragos.
Tras todo eso lo único que podía pensar al recordarlo todo era: te lo advertí. Me lo advertí a mí misma, que no me emocionara que seguramente no sería más que algún juego para pasar el rato por parte de un chalado. Pero, a pesar de esto, fue para mí, creo. Noté que cambió mi forma de ser, mi forma de ver las cosas, mi forma de esperar a que lleguen las cosas.
Antes de aquello esperaba con anhelo a que llegara alguien que pudiera hacerme sentir que era algo más que un amigo, pero cuando llegó lo único que hizo fue ir matándome poco a poco. Después de todo lo ocurrido no esperaba que llegara nadie, simplemente esperaba que pudiera seguir igual de bien que como estaba.
Eso también era raro. Se suponía que tenía que sentirme mal, engañada ¿no? Pero lo cierto es que me sentía muy bien. No sabía el por qué pero suponía que sería porque ya había visto las cosas tal y como eran. Se me habían abierto los ojos y por una vez había visto las cosas tal y como eran.
Había descubierto que el ideal de amor no estaba unido al ideal de humanidad.
El amor de verdad no se puede relacionar con la mayoría de las personas porque de una u otra manera acaban echándolo a perder.
Me enamoré del fantasma de una persona que nunca existió.

***

-Y ese es el final de la historia.
-¿Ya esta?, ¿No hablaste con él?, ¿Cómo es que te fiaste de todo eso que te dijeron sobre él?
Laura rió.
-Bueno, si, ahí acabó todo. No, no hablé más con él. Me fié de lo que me dijeron los demás porque yo misma lo comprobé más tarde ya que por simple casualidad una amiga mía tenía otra amiga que le conocía y me confirmó todo aquello.
-Ya… ¿me puedes decir como se llama?
Laura se quedó durante un instante callada y pensativa. Finalmente contestó.
-Raúl. Se llama… Raúl.
Los ojos de Laura mostraron un brillo acuoso que dieron a entender a Álvaro que en aquél momento necesitaba algo de contacto humano. Se acercó a ella y la meció suavemente mientras poco a poco las barreras de ella se derrumbaban haciendo que las lágrimas brotaran de sus ojos incontroladamente.
-¿Por qué?, ¿Por qué me hizo eso?, ¿Por qué?, ¿Por qué?, ¿Por qué?
Ya no tenía fuerzas para hablar, las estaba gastando todas llorando mientras Álvaro acariciaba su cabeza aportándole algo de su paz interior.
–Tranquila… ahora me tienes a mí…
Sin embargo, a pesar de que intentaba consolarla no podía llegar a conseguirlo. La cogió en volandas y la llevó a la cama donde la tendió. El se puso a su lado y siguió susurrándole palabras dulces para tranquilizarla. Finalmente cuando Laura no pudo llorar más se durmió con la cabeza apoyada en el pecho de Álvaro, quien siguió acariciando su pelo dulcemente durante toda la noche hasta que finalmente él también se durmió.
A la mañana siguiente le dolían los ojos del llanto de la noche anterior. Por fin se sentía con un peso menos encima de sus hombros. Le despertó la fría brisa que entraba por la ventana entreabierta. Se levantó y la cerró provocando un leve chasquido que despertó a Álvaro.
-¿Ya te encuentras mejor?
Laura asintió. –Gracias por lo de ayer. Yo… verdaderamente necesitaba contárselo a alguien y no sabía a quien.
-Te encerraste en el materialismo de aquel día y creíste que lo habías superado pero simplemente sustituiste aquel sentimiento por cosas. Creíste que te habías librado de todo lo relacionado con él cuando sentiste un peso menos sobre tus hombros pero no fue más que un engaño.
Laura se acercó a él y le besó apasionadamente notando como poco a poco despertaba sus sentidos.
-Te quiero.
Y dicho esto se dirigió hacía la cocina. El haber perdido aquella gran carga había hecho que la devorara por dentro un hambre voraz.
Mientras desayunaba Álvaro aprovechó para ducharse. Cuando salió del baño se fijó en que, de una de los cajones de la mesita de noche sobresalía un papel. Sabía que estaba mal cotillear pero la curiosidad le pudo. Cogió el papel y lo leyó.

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